Ciudades

El orgullo de ser ciclista en Madrid

Soy madrileño y, como casi a diario, hoy he recorrido la ciudad en mi bici. Y con la llegada de Madrid Central no he visto ninguna catástrofe sino, simplemente, una ciudad que desnuda de coches y humos lucía más bella que nunca.

En Ciclosfera no necesitamos salir con un micrófono y una cámara a las calles para valorar cómo ha sido la ciudad el primer día de Madrid Central. No nos hace falta porque vivimos, caminamos, a veces conducimos y, sobre todo, pedaleamos casi a diario por ella. Por suerte o por desgracia, es aquí donde nació la revista hace casi siete años. El lugar que hemos criticado cientos de veces por su poca conciencia ciclista, pero que también defendíamos: no, no era imposible moverse en bicicleta en Madrid. Nosotros lo hacíamos. Y, desde hoy, vamos a hacerlo mejor.

Estamos en pleno cierre del número de invierno y, como de costumbre, recorro medio Madrid para perfilar la revista. Hoy lo hacía con expectación y, por qué no, ilusión. Calle Princesa, Gran Vía, Plaza de Santo Domingo, Atocha… ¿Serían el mar de metal y contaminación de siempre? ¿Hasta qué punto se notaría la llegada de Madrid Central? Amo pedalear por Madrid desde hace casi diez años, pero… ¿Empezaría hoy una nueva relación con la ciudad en la que nací, en la que nacieron mis padres y abuelas?

Casi desnuda de coches, Madrid lucía más bella y disfrutable que nunca

Pues, sí. Así ha sido. Desde la primera pedalada he sentido una ciudad distinta. Todavía con coches, con muchísimas cosas que mejorar, pero con otro aire. Más silenciosa. Con tanta gente como de costumbre andando, quizá más, con sus repletos bares y cafeterías, con su gente de fuera y de aquí, sus lugares bellísimos y sus construcciones mediocres. Más Madrid, o lo de que debería de ser Madrid, que nunca.

Durante los proximos días, semanas y meses habrá toda una avalancha de estadísticas, encuestas, críticas desfavorables y entusiasmados aplausos. Como casi todo, la llegada de Madrid Central se podrá cuantificar, y quizá las pormenorizadas cifras nos den algo parecido a la verdad. No soy muy proclive a las cifras, lo exacto y lo racional. De haberlo sido, quizá nunca me hubiese movido en bicicleta en Madrid. De haberlo sido, seguro, nunca me habría lanzado a publicar una revista de ciclismo urbano naciendo y viviendo en Madrid.

Prefiero las sensaciones. La intuición, lo emocional. Digerir la realidad con mis propios ojos y estómago, proclamar una opinión: la mía. Y hoy, después de pedalear por enésima vez medio Madrid como desde hace casi una década, he visto la ciudad pintada por otra luz. He escuchado más claramente el sonido de mis pedaladas. He respirado otro aire.

No: no solo no ha llegado el fin del mundo a Madrid, sino que quizá la ciudad ha vuelto a nacer. Sólo espero que al resto de ciudadanos les haya parecido lo mismo. Que los coches (sean de combustión interna o eléctricos, públicos o privados) sean definitivamente expulsados de aquí. No nos daremos cuenta de hasta qué punto estorbaban hasta que no los echemos. Hoy, y espero que durante muchísimos años, hemos empezado a hacerlo.