Ciudades

Madrid: Cuestión de ganas

Les hablo desde la ciudad de los millones de coches, las interminables cuestas y las distancias enormes. Desde la ciudad donde los ciclistas son la excepción y las bicicletas, si es que las hay, inanimados objetos que esperan impacientes a su paseo del fin de semana. ¿Nos lo creemos?

Les hablo, claro está, desde Madrid. Y sin embargo les habla un ciclista urbano: de los que llueva, haga calor o nieve, se mueve cada día (y cada noche) en su bici. De los que escuchan casi a diario las consabidas preguntas que todo ciclista madrileño ha escuchado alguna vez: “¿No te da miedo?” “¿Qué paliza, no?” “¿Pero de verdad se puede ir por Madrid en bici?”.

Pues sí… Se puede. Y eso es lo que le respondo a los que, de vez en cuando, también me llegan con un “qué bien, me encantaría, yo también tengo que probar”.

Hacia otro estilo de vida

Porque es innegable: la bicicleta urbana también está creciendo en Madrid. Hay curiosidad y ganas. Una población enorme. Un poco de moda y, sobre todo, mucho hartazgo. Hartazgo de atascos y problemas de aparcamiento. De estratosféricas facturas en la gasolinera, el metro o el autobús. Y hartazgo de una creciente deshumanización, comercialización, de la ciudad. Vivir en Madrid, a veces, cansa, pero la bicicle­ta no es un vehículo más, no se limita a ser una forma diferente de ir de un lugar a otro, sino que es un medio de transporte… Hacia otro estilo de vida.

Con cuidado, claro. Porque Madrid, por donde pasan tantas carreteras, también alberga unas cuantas. El Paseo de la Castellana no es casi nunca un paseo, sino una autopista. La Gran Vía es, casi siempre, un enorme escaparate de motores, humo y ruído. Y por la calle de Alcalá se ven, por desgracia, pocas faldas almi­donadas: las esconden los coches. Millones de coches. Que, además de alejarnos de la gente, nos castigan con sus humos venenosos y sus velocidades extremas.

“Los ciudadanos serán los que impongan aquí la bici, no los políticos”

Madrid, es verdad, es la ciudad en la que hace falta determinación y coraje para diluirse, sobre una bici, en el hormiguero metálico del tráfico. Donde cuesta no refugiarse en las aceras, clamar por más carriles-bici o criticar a los políticos por su escaso apoyo al ciclismo. Hace falta valor, es cierto, pero puede tenerse: basta con entender que la aceras no son nuestras, los carriles bici no surgirán por generación espontánea y que, más que obstáculos, las distancias y las cuestas son desafíos y estímulos. ¿Y los políticos? A lo suyo. A pedir olimpiadas discu­tibles, hacer gestos de cara a la galería y no fomentar nunca, en serio, la bici como medio de transporte. Porque en Madrid, como en tantos otros sitios, el ciclismo no se impondrá desde las altas esferas políticas o empresariales, sino a golpe de pedal de sus ciudadanos. Uno a uno. Por nosotros mismos.

La cara amable

A cambio, en cuanto te lances, Madrid te enseñará su otra cara. Comenzarás buscando y rebuscando carriles bici, y aunque los que encuentres estarán invadidos, serán inconexos y, en definitiva, te resultarán casi inútiles, servirán para ir soltándote. Descubrirás después que el Retiro, la Casa de Campo y un montón de hermosos parques más unen importantes barrios, y que quizá la ciudad no era tan grande y monstruosa como parecía en un principio.

Sobre todo, poco a poco y con el paso del tiempo, dejarás de ver Madrid como un automovilista, un peatón o como el usuario de su transporte público. Redescubrirás la ciudad. Sus calles céntricas pero tranquilas, casi pueblerinas, vacías. Sus destartalados puentes sobre la M-30, desde los que verás interminables atascos. Sus zonas verdes. Y, mientras lo descubres todo, llegarás a tu destino. En bicicleta, seguro y exultante de placer.

Porque, en el camino, descubrirás lugares preciosos y desconocidos, la belleza de alguien que va por la acera o, sin ir más lejos, el cielo. Pese al sol y la contaminación, las luces o la nube de desesperación que con frecuencia tapa la ciudad, el cielo de Madrid es hermoso. Lástima que los edificios enormes y el techo de sus caros coches impidan a tanta gente mirarlo.

“Es mentira: los coches no se comen a los ciclistas aquí”

Porque es mentira: los coches no se comen a los ciclistas aquí. Son muchos, y a veces van muy deprisa, pero a fuerza de cruzarse con nosotros se han tenido que aguantar y acostumbrar. Así lo siento a lomos de mi bicicleta (en sí misma, un generador de optimismo): los ciclistas empezamos a ser aceptados aquí. Pitarnos e insultarnos en la Bici Crítica, o ver cómo les adelantamos en sus colapsos de tráfico, les ha obligado a aceptar que existimos Y, aunque les cueste, tienen que reconocerlo: a veces les gustaría dejar su coche ahí mismo, atrapado entre los bocinazos y nervios, y venirse con nosotros rodando. Ser algo menos robóticos, acelerados y oscuros. Ser, a la vez, más de aquí. Aquí os esperamos, madrileños: animaos. Ciclosferizad Madrid, que buena falta nos hace.

UN ANILLO DOMINGUERO

A los mandatarios madrileños se les hincha la boca: la capital tiene casi 300 kilómetros de carriles bici. La inauguración de cada uno de ellos supone una magnífica oportunidad de mostrarse ante los medios, hacerse unas cuantas fotos y, una vez más, proclamar las virtudes “verdes y deportivas” de la urbe. En ese presunto tesoro la joya principal es el Anillo Verde, una vía ciclista con trazado circular de 65 kilómetros que rodea el casco urbano. El problema principal es ese: el “rodeo”. Más allá del mal estado de algunas zonas o de su peligrosidad al cruzar por anchas avenidas, el principal defecto del anillo es su escasa utilidad como alternativa vial. Sí: está bien para dar vueltas (en círcu­lo) y llegar a lugares idílicos, como la Casa de Campo o el Parque Juan Carlos I, pero desde luego no facilita demasiado el acceso al centro de la ciudad.

EXPERTOS EN EL TEMA

Llevan mucho en el sector, y saben de lo que hablan. Sol Otero (Ciclos Otero) y Javier Lumbreras (Calmera) coinciden: la bici está de moda en Madrid, pero la primera cree que se ve sobre todo en el mercado de segunda mano. “Las bicicletas están saliendo de los trasteros”, dice Otero, “aunque se da una explosión de nuevas tiendas: dicen que unas cuatro al mes”. Para Lumbreras, el auge del ciclismo urbano se debe a que los madrileños “han visto al viajar, en otros países u otras ciudades españoles, que se puede”. Ambos denuncian la poca ayuda institucional: “Ma­drid es el patito feo de España”, denuncia Otero, “en los más de 24 años que llevo en la tienda decenas de alcaldes y concejales me han dicho, simplemente, que Madrid no es una ciudad para ir en bici”. Lum­breras añade que “Madrid es tradicional, cuesta cambiar costumbres. En Barcelona se ve mucha bici desde hace más de una década, y aquí vamos con cinco o seis años de retraso”. Para terminar… ¿Qué pasará con tantas tiendas? “Su apertura es buena señal”, contesta Lumbreras, “porque denota interés por el sector y dinamismo. La cosa se mueve. A me­dio plazo… Ya veremos qué pasa y si hay negocio para todos”.

Y EL AÑO QUE VIENE… BICIMAD

Costará cinco millones de euros anuales, tendrá 120 estaciones de de­volución/préstamo y ofrecerá 1.560 bicicletas. Hablamos de Bicimad, el sistema de bicicleta eléctrica compartida que funcionará en Madrid a partir del 1 de mayo del año que viene. Un sistema que, por fin, traerá la bicicleta pública a la ciudad. ¿Servirá de algo?