Ciclosfera #4

Cuentos de Bogotá

Muchos no lo saben, pero la capital colombiana vive con entusiasmo el ciclismo. Está en el carácter extro­vertido y alegre de los bogotanos, pero también en algunas iniciativas que hacen de la ciudad el escenario perfecto de infinidad de historias a pedales.

En Bogotá, la cultura de la bicicleta existe desde hace mucho. Más en concreto, desde los años 70, cuando se creó la Ciclovía, un carril en algunas de las principales avenidas de la ciudad que, por ley, se destina los domingos y festivos a los ciclistas, patinadores o peatones. Nada de autobuses, motos o coches: sólo para nosotros. Un espacio recreativo que ha ido creciendo has­ ta llegar a los 121 kilómetros actuales.

Pero pasar de lo festivo y dominical a la movi­lidad cotidiana es otra historia. La mía es la si­guiente: como tantos otros, empecé a pedalear por la ciudad gracias a la Ciclovía, acompañado por mi prima. Rodando, conocí a un grupo de personas que querían pedalear por toda Co­lombia. Me uní en su segundo viaje, y desde entonces he tenido dos vidas: la de antes y la de después de las marchas.

“Desde el sillín decidimos transmitir a otros la emoción vivida”

Al regresar a Bogotá tras la primera experiencia, me decidí a hacer las cosas que siempre había querido hacer. Puede decirse que le encontré un sentido a la vida. En primer lugar, me cambié de pregrado: dejé la Ingeniería y empecé Ecología. Lo segundo, y aquí está lo más importante de mi historia, es que con esos amigos de viajes desde el sillín decidimos transmitir a otros la emoción vivida en esas travesías. ¿Cómo?

Nos sentamos varias veces, en distintos cafés, para decidirlo. ¿La pauta? Saber que, siempre, llegábamos a esas reuniones subidos en nuestras bicicletas. Para nosotros era lo normal. Nuestra tarea era evidente: debíamos convencer a la ma­yor cantidad de gente posible para que hicieran lo mismo y que fueran en bici a la universidad, al trabajo, a ver a su familia, o donde fuera.

Mejor en bici

Inspirados en el sistema europeo de bicicletas públicas, más concretamente en el de Vitoria-Gasteiz, pusimos en marcha el proyecto Mejor en bici; un servicio de préstamo de bicicletas de uso compartido a distintas empresas de Bogotá con el objetivo de transmitir el mensaje de que la vida es mejor sobre dos ruedas.

A finales de los noventa, el alcalde Enrique Peñalosa instauró varias de las actuales sendas ciclistas con el lema La Bogotá que todos queremos. A raíz de la creación de los paseos dominicales en bici, emergió una cultura ciclista en la capi­tal colombiana. Los ciclopaseos de los miércoles evidencian este surgimiento. Cada quince días, salimos a rodar por Bogotá desde el mismo punto (Carrera 11 con Calle 96), pero por dife­rentes rutas.

Pasión local

Queremos generar una identidad ciclista y aumentar la autoestima colectiva a través de nuestras pedaladas. Otra actividad interesante consiste en disfrutar de las estilosas imágenes del blog Cycle Chic Bogotá. O seguir las acti­vidades de Mi caballito de acero, Cornelia Bicis, Bogotá Fixed o Mr Jors, colectivos que simbolizan la pasión por la bici que vive nuestra ciudad. Otro ejemplo: las distintas caravanas universi­tarias como A los Andes en Bici, Javeriana en Bici o U. Rosario en bici, que organizan rutas para ir en grupo, y pedaleando, a estudiar.

(foto: TheFutureIsUnwritten)
(foto: TheFutureIsUnwritten)

La vida ciclista bogotana tiene sus pros y sus contras. Lo bueno, que existen 350 kilómetros de bici sendas exclusivas. Lo malo, que en al­gunas intersecciones se aprecia la magnitud de una ciudad con más de ocho millones de habi­tantes que en algunos casos enseña su cara más deshumanizada. Cuando no hay bici senda, toca compartir el carril con los coches, autobuses o taxis; a muchos de sus conductores no parece gustarles nada la idea de compartir lo que consi­deran su espacio.

“Sabemos, y nos gusta, que andar en bicicleta está de moda; es un estilo, una vida”

Aunque el gobierno de la ciudad instauró varios cicloparqueaderos en las aceras tras la reforma vial de hace unos años, no son muy fiables. La mejor recomendación: un buen candado. La seguridad absoluta se consigue aparcando en espacios ce­rrados, como por ejemplo dentro de los centros comerciales. Se tardará un tiempo en instaurar una red adecuada de parkings para bicis.

Los esfuerzos del alcalde Peñalosa, asesorado por su hermano Guillermo, especialista in­ ternacional en movilidad, continuaron con las políticas de Antanas Mockus, promotor de una importante campaña de cultura ciclista. La bici quedó a un lado durante las alcaldías de Luis Garzón y Samuel Moreno. En la actualidad, asistimos a un repunte del ciclismo municipal con el gobierno de Gustavo Petro, aunque muy lejos de de los periodos Peñalosa-Mockus.

Arepa con queso para la vuelta

Las mejores zonas para rodar por la ciudad dependen, por supuesto, de las necesidades de cada uno. Un lugar tranquilo es la bici senda de la Avenida 19, entre las calles 100 y 127. Un paseo maravilloso es la bici senda de la calle 53, que conecta la Carrera 11 con la Avenida Carrera 68. De ahí, uno puede conectar con la plácida bici senda de la 26, para luego subir hacia el oriente viendo, siempre, los cerros de Bogotá. Si uno considera que lo suyo no es andar solo puede sumarse a los recorridos de MikeTours, donde encontrará, sobre todo, un pú­blico internacional. El punto de reunión es La Candelaria, uno de esos barrios imprescindibles de la ciudad. Si, en cambio, se prefiere organi­zar un plan propio, es interesante visitar la web de Mejor en bici.

Hay, entonces, una ruta perfecta para cada uno. Si lo tuyo es madrugar y enfrentarte a grandes retos, no puedes dejar de subir al alto de Patios, seis kilómetros desde la Calle 82 con Avenida Carrera 7, donde se han forjado los mejores es­caladores de Colombia. Desde ahí seguir hasta el pueblo de La Calera, al que se llega tras una maravillosa bajada de ocho kilómetros. En La Calera, nada como comer una deliciosa arepa con queso para recargar energía para afrontar la subida de regreso.

(foto: Ana Quijano López)
(foto: Ana Quijano López)

No hay un estudio que demuestre que los rolos (o bogotanos) que vamos en bici somos más feli­ces, ni estadísticas que detallen cuánta contami­nación ahorramos a nuestros paisanos. Tampoco estudios concretos que detallen, paso a paso, cómo hacer que más y más ciudadanos usemos la bicicleta. Lo que sí se observa, paseando por las calles, es que cada vez somos más, sobre todo para trayectos de menos de diez kilóme­tros. No queremos más atascos. No queremos empeorar el tráfico. Sabemos, y nos gusta, que andar en bicicleta está de moda; es un estilo, una vida.

Todo esto está generando un cambio. Quienes usamos regularmente la bicicleta respetamos a los demás ciudadanos. Quienes la utilizan espo­rádicamente, también; son conscientes de que en la vía hay otras vidas, de que hay otros usua­rios. Poco a poco, se está haciendo más seguro transitar por zonas como la Carrera 9 en el Norte, donde no hay bici sendas, o por las calles 68 y 72, las mismas que llegando a la Avenida Carrera 30 están cada vez más llenas de almace­nes de bicicletas, donde se puede comprar todo tipo de repuestos.

Ese es el cambio. Nuestro cambio.