Ciudades

Ser commuter en Ciudad de México

Desde Ciudad de México, Juan Antonio Pacheco se convierte en Embajador de Ciclosfera para contar cómo cambió su vida cuando empezó a desplazarse en bici al trabajo.

Desde la adolescencia, la bicicleta me ha acompañado. En ocasiones ha estado muy presente, en otras relegada al olvido. Y sin embargo, ni la vida adulta, ni los accidentes o ni mucho menos los robos han podido arrebatarme la alegría de subirme a una bici. Más que el objeto en sí, mi padre me regaló la posibilidad de asociar la felicidad a las dos ruedas cuando una tarde de verano ya muy lejana me obsequió como presente de cumpleaños una bicla. Y es que la emoción, euforia y, en especial, la sensación de libertad que ofrece el trasladarte a cualquier sitio con el impulso de tus piernas es un ímpetu que pocos deportes o pasatiempos pueden brindarte. Incluso el cansancio desaparece cuando comienzas a rodar: sentir el aire en tu rostro te da la vitalidad necesaria para dirigirte a tu destino, hasta el paisaje se vuelve más agradable. Los científicos dicen que son las endorfinas ¿será? Lo mismo dicen del amor, pero sigo teniendo mis dudas.

Una droga adictiva

Hace dos años volví otra vez a la bicicleta. Primero comencé a utilizarla para las pequeñas compras, luego vinieron los paseos por los alrededores del barrio, después las rodadas los domingos por la mañana. Sin embargo, con la bici nunca tienes suficiente: de hecho funciona como una droga adictiva, pero sin el lado destructivo. Jordan, un compañero de trabajo, fue quien me animó a hacer commute/bike to work: “pedalea despacio, no es una carrera, no estás compitiendo con nadie. Verás que lo vas a disfrutar y hasta vas a ahorrar monei”. Sucedió que se descompuso mi auto, y ante la expectativa de subirme al metro, luego tomar un autobús, después caminar dos cuadras o montar la bicla para llegar a la chamba, decidí tomar al toro por los cuernos,: me aferré al manubrio y me dispuse a pedalear los diez kilómetros que hay de mi casa al trabajo.

Primero fue un día a la semana, luego dos, y si ya lo había hecho dos días, a la siguiente semana lo intentaría tres veces. Así hasta que sustituí por completo el uso del auto. Hasta ahora, he recorrido 3.180 km. Mi objetivo es cubrir la misma distancia que el Tour de Francia 2016, que este año consta de 3.519 kilómetros en 21 etapas y durante 22 días. Lo*s 3.180 km* recorridos no tienen en cuenta los paseos dominicales, ni las salidas al cine o a las compras: se registra únicamente el trayecto de la casa al trabajo y viceversa.

En el ámbito deportivo, la ecuación tiempo, distancia y velocidad es primordial. En la natación olímpica, por ejemplo, la diferencia de una milésima de segundo puede significar obtener un lugar en el podio y pasar a los anales de la Historia o una invitación a entrenar más a fondo los siguientes cuatro años. Pero ¿qué pasaría si por puro capricho dejara de importar el tiempo y la velocidad? ¿Qué tal si sólo nos concentramos en la distancia y olvidamos la competencia, pues ya bastante tenemos con lo competitivo que se ha vuelto el vivir en el siglo XXI? El resultado: el Tour de Francia en la Ciudad de México, un reto personal que estoy a punto de lograr.

“México no es Amsterdam, no es una ciudad para ciclistas”, me decían

Cuando mis compañeros se enteraron de que utilizaba la bici como medio de transporte al trabajo, me abrumaron con discursos provenientes de la cultura del miedo: “¿Estás loco? Te van a matar”. No faltó el clásico: “México no es una ciudad para ciclistas, no estamos en Amsterdam”. “Si quieres andar en bici, vete a vivir a Berlín”. “Te van a atropellar”, “Te van a asaltar”. “La bicicleta es peligrosa”. El miedo me cimbró, debo reconocer, incluso me hizo dudar, pues en el encontronazo con un automóvil el ciclista siempre sale perdiendo. Pero la bici no es la peligrosa, sino la vida misma: el hecho de vivir nos hace estar en constante riesgo, pues la muerte se encuentra en todas partes, incluso en los lugares más seguros. El riesgo de sufrir un accidente en bici se incrementa por la intolerancia, ese es el peligro mayor.

Desde el punto de vista biológico, la misión de todo ser vivo es conservar la vida, y esa fuerza es tan poderosa que rebasa incluso la razón y la voluntad. Una persona que ya no quiere vivir no puede parar el latido de su corazón con el simple hecho de desearlo. Entonces, desde que inicia el milagro llamado vida, estamos programados para conservarla. Si bien es cierto que el peligro está en todos lados, y al subirse a una bici el riesgo es mayor, también se agudiza el instinto de supervivencia que como especie compartimos. El miedo no debe paralizarnos, pues nos llevaría a vivir una vida bastante limitada. La clave está en adoptar medidas de seguridad: manejo responsable de ciclistas y automovilistas. No dejar de usar casco, luces, hacerse visible en todo momento. Rodar con precaución nunca está demás. Andar en bicicleta nos recuerda que estamos vivos precisamente porque el peligro de morir es latente.

Vivir el aquí y el ahora

El miedo excesivo genera sentimientos de angustia. El exceso de pasado nos lleva a la depresión y un excedente de deseos provoca ansiedad. Por eso, desde el mundo de la práctica yoga hasta la psicología Gestalt se promueve el vivir en el aquí y el ahora. La persona que se sube a una bicicleta se instala en un “siempre aquí” mental, pues su vida está en riesgo, los sentidos se agudizan y la mente se concentra en registrar lo que sucede a su alrededor: no hay tiempo para el ayer ni el mañana. Sin embargo, y eso es lo que más disfruto de subirme a la bici, de repente, con los sentidos y la mente agudizados por registrar lo que sucede en el camino, llega una idea nueva, visualizamos algo que no habíamos visto, se hace presente lo que he llamado revelación cleta.

Uno de los muchos beneficios que brinda utilizar la bici como medio de transporte al trabajo o la escuela es combatir el estrés laboral, ya que los problemas se quedan en la oficina, en la fábrica o en el salón de clases. La mente se libera de los pendientes (el jefe despótico, los clientes que siempre pierden la razón, el nuevo iPphone…) cuando tiene que concentrarse en cuál va a ser el movimiento del auto de enfrente, pues es la vida la que está en juego. Si se realiza un trabajo físico, se argumentará que no quedan fuerzas para pedalear. Pero el hecho de retar al cuerpo con un esfuerzo físico distinto al cotidiano brinda un beneficio liberador al cerebro que debe concentrarse en realizar otras funciones. Es algo similar a lo que sucede en las vacaciones: en ellas no se descansa, sólo se hacen actividades distintas, y eso el cuerpo y el cerebro lo vive como un alivio.

La agenda laboral, o de estudio, es cada día más demandante y hace casi imposible tener tiempo para realizar ejercicio. Si se utiliza la bicicleta para ir al trabajo ya no se necesita una media hora extra de gimnasio o robarle una hora al sueño para ir a la piscina. La horas muertas del trayecto al trabajo y del trabajo a la casa se vuelven significativas, pues se hace ejercicio mientras se realiza un traslado obligatorio y enajenante. De esta manera, la bicicleta se convierte en una aliada en la lucha contra el sobrepeso que aqueja nuestro país, el cual ostenta el nada halagador primer lugar de gente obesa en el mundo. Puedo decir con orgullo que he perdido diez kilos desde que me convertí al ciclismo urbano.

Pero el beneficio del uso de la bicicleta no sólo es personal. Puede ser la solución a muchos problemas de contaminación –smog y ruido- en la ciudad, pues para su manejo no se necesita gasolina, sólo energía proveniente de la grasa que algunos tenemos de más. Se estima que en la zona metropolitana de la Ciudad de México circulan cinco millones de autos. Ir al trabajo se convierte en una aventura digna de Odiseo o Átila. Trasladarse en auto por la ciudad significa perder una, dos y, en ocasiones, hasta tres horas. La vida es muy corta como para desperdiciarla en calles paralizadas por el tráfico. Y ante el problema de movilidad, las autoridades gubernamentales lo único que atinan a hacer es construir segundos pisos para ampliar vialidades que pronto volverán a saturarse. En París se paga más al empleado que llega en bici al trabajo, es una forma eficaz de promover este medio de transporte ¿no podría adoptarse este sistema en la Ciudad de México? Una bicicleta en la ciudad significa ya sea un auto menos en las calles o un lugar más en el transporte público. Además se optimiza el tiempo, pues se llega más rápido a su destino.

Otra bondad del commute recae en lo económico. Se ahorra lo del pasaje o la gasolina, además de evitar las incomodidades del transporte público. Y aunque al principio la inversión es fuerte, a la larga la bicicleta se paga sola. Sólo por curiosidad, decidí ahorrar lo que invertiría si utilizara el carro para trasladarme al trabajo en tres meses. El resultado: ¡los boletos para el concierto de Roger Waters! Hasta me di el lujo de invitar a mi esposa e hijos. Hagan ustedes la cuenta.

“No he probado las delicias del ciclismo de montaña o de ruta: esperar al fin de semana se me hace eterno”

No he probado aún las delicias del ciclismo de montaña o de ruta. Quienes lo practican hablan maravillas de este deporte, pero esperar el fin de semana para montar en bici se me hace eterno. ¿Qué haría durante cinco días? ¿Sólo sentarme a esperar a que llegue el fin de semana para pedalear? No, no es para mí.

Nunca me ha gustado competir, ni en la escuela ni en el trabajo, ni mucho menos en justas deportivas. Creo que cada individuo debe encontrar su propio ritmo, su propia velocidad, él mismo debe ser su referente a vencer. Por eso decidí cubrir la misma cantidad de kilómetros que el Tour de Francia, pues nadie puede vivir sin metas, pero sin importar el tiempo, ni la velocidad, ni la altura, ni las 21 etapas, ni el equipo ni la tecnología. Sólo el simple gozo de pedalear, sin presiones. La única meta es ir en chinga a la chamba a chambear: unir gozo y obligación.

Sin duda, una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida es la de regresar a la bici: mi salud ha mejorado, he bajado de peso, mis bolsillos gozan de una mejor estabilidad, estoy más activo y creativo en el trabajo. Lo único que me gustaría es que hubiera mayor tolerancia hacia los ciclistas.

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