Bicicleta pública

Bicicleta pública y vandalismo: una asignatura pendiente

La proliferación de sistemas de bicicleta pública en las ciudades españolas ha traído consigo un considerable aumento del vandalismo, que trae de cabeza a las autoridades e incomoda a los usuarios.

Barcelona. Una y media de la madrugada de un sábado cualquiera. Un grupo de turistas, claramente borrachos, circulan de forma temeraria por la acera del paseo de Gracia a bordo de bicicletas del servicio público de alquiler de la capital catalana, Bicing. ¿Cómo es posible? Las bicicletas del servicio público de alquiler están destinadas única y exclusivamente a los habitantes de la ciudad, precisamente para evitar el mal uso y el caos de circulación que, según el Ayuntamiento, traería la apertura de su uso a los millones de turistas que visitan la ciudad. Y sin embargo, de cuando en cuando aparecen algunas de esas bicicletas en lugares insospechados. Quizá, arrancadas de cuajo de sus estaciones. O retiradas gracias a la complicidad de algún amigo empadronado en la ciudad. Sea como sea, es una imagen residual.

En Madrid, el panorama es bien distinto. Cualquier puede sacar un abono de un día para el BiciMad, siempre que cumpla los requisitos para hacerlo. Un año después de la puesta en marcha del servicio de alquiler público de bicicletas eléctricas, el vandalismo parece ser un problema grave. Según informaciones aparecidas estos días en los medios, cada vez son más los jóvenes (turistas y autóctonos), que utilizan el BiciMad para moverse por las calles de la ciudad en las noches de fiesta. El resultado trae de cabeza a Bonopark, la empresa encargada de la concesión: bicicletas abandonadas a su suerte en parques públicos, otras que aparecen flotando en el río Manzanares e incluso estaciones a las que se prende fuego.

Más barato y menos controlado

No son pocos los que denuncian que las bicicletas no son sometidas al mismo control que el resto de vehículos. Muchos jóvenes afirman que prefieren volver de fiesta a lomos de una bicicleta que en taxi, dado que resulta mucho más barato. E incluso algunos afirman con rotundidad que en estado de embriaguez sí se ven capacitados para pedalear, pero que jamás cogerían el coche. La Policía reconoce que se hacen menos controles, pero muchos apuntan, como declaraba un agente municipal madrileño al diario ABC, que no han visto a ciclistas “haciendo eses como a algunos conductores”, dejando claro que el peligro que entraña una bicicleta para la seguridad vial es mucho menor.

La circunstancia abre un debate sobre el que conviene reflexionar. ¿Cómo luchar contra el vandalismo? ¿Es necesaria una legislación más dura contra aquellos que incumplen las normas?  ¿Es preferible apostar por unas bicicletas públicas abiertas a cualquier que quiera usarlas, independientemente de que resida en la ciudad o esté de paso?