Ciudades

En bicicleta por La Habana: entre baches

El Malecón, la brisa, la gente. Nos movemos en bicicleta por La Habana y, además de mastodónticos coches de otra era, vemos cómo miles de cubanos usan aún sus viejas monturas para ir a trabajar.

Era 1990. Volvía a España desde Nicaragua, donde había sido testigo de la derrota electoral de los sandinistas. En el regreso desde Managua hice escala en La Habana y, esperando el vuelo, empecé a hablar con Elke, una periodista alemana con la que compartía cola y una tremenda tristeza por la caída del Frente Sandinista de Liberación Nacional.

La noche Korda

El desánimo mutuo nos hizo amigos. Al aterrizar en La Habana la rubia Elke decidió compartir una habitación de hotel conmigo, en vez de aceptar las reiteradas ofertas de dos periodistas franceses que, me contó, llevaban toda la campaña electoral tratando de caer sobre ella. Pese a todo los franceses no se dieron por derrotados y, esa misma noche, la invitaron a cenar con un conocido fotógrafo cubano, cita a la que ella asistió acompañada por mí.

Fue así como conocí La Habana y a Alberto Korda. Sí, el autor de la famosa foto del Che Guevara, que me enseñó entre tragos los negativos originales del legendario retrato y relatos de la vida del Che que jamás había escuchado. Subía el ron, bajaban los pensamientos y, por fin, éstos eran gratificantes.

Animado por la resaca y la felicidad, a la mañana siguiente cambié mi pasaje de vuelta y decidí quedarme en La Habana. Llamé a Korda, salimos a pasear y junto a Figueroa, otro fotógrafo cubano, comenzó mi verdadera amistad con ellos y con La Habana.

Herramienta de trabajo

Lo primero que hago, en cada regreso, es visitar a los que quedan vivos. Y antes, durante o después, recorrer caminando el Malecón hasta que el cansancio me obliga a sentarme en el muro para ver pasar a la gente mientras la brisa marina acaricia mi cogote. Es lo mejor de La Habana: el Malecón, su brisa, su gente.

Foto: Flaco García Poveda.
Foto: Flaco García Poveda.

En los noventa, en mis primeros viajes, me llamaban la atención los enormes coches norteamericanos de antes de la Revolución, los almendrones que a trancas y barrancas seguían haciendo de taxi comunitario. Pero, también, miraba con expectación la gran cantidad y variedad de ciclistas que surcaban las calles. Más que un medio de transporte la bici era una herramienta de trabajo, sin la que los desplazamientos se demoraban mucho debido al precario transporte público. Como los almendrones, muchas de ellas eran viejas Niágara, modelos estadounidenses procedentes de los años sesenta y setenta. Aún se ven por la ciudad y, sobre todo, en las zonas rurales, como siempre me cuenta Miguel Errasti, dueño de esa joya del barrio de Miramar que es el Paladar Doctor Café.

Después, al romperse las relaciones con los EE UU e imponerse el terrible bloqueo, la Habana y toda Cuba se llenaron de bicicletas rusas. La víspera de Reyes se daba a los niños un turno para hacer cola y comprar juguetes y, en cada tienda estatal, aguardaban como el regalo más deseado 3 ó 4 bicicletas. Se acababan pronto y, claro, sólo los que tenían un buen número en el no demasiado limpio reparto se las llevaban.

Había entonces, en el barrio del Vedado, una fábrica donde se ensamblaban bicis con las piezas que el Estado compraba a la Unión Soviética. Con la caída del muro de Berlín y la llegada del llamado Periodo Especial, consecuencia del final de la ayuda de los países del Este, llegaron las bicicletas chinas, todavía más necesarias por el hundimiento del transporte público. Toneladas de bicicletas se distribuían en los centros de trabajo y aunque el coste, unos 100 pesos cubanos, era mucha plata para un local, supuso que miles de personas tuvieran por fin su primera montura, muchas veces una asiática Forever.

Nuevos tiempos

Mi último viaje a la isla fue hace unos meses, cuando Obama visitó el país, y comprobé que las cosas han cambiado: coches nuevos, tiendas, bares y paladares (restaurantes) que ya no son estatales… El dinero se mueve en manos de estos nuevos y pequeños empresarios, una parte de la población ha podido establecerse por su cuenta y las diferencias con los que no tienen nada son cada vez más evidentes. El principio de igualdad y la desaparición de las diferencias, todo lo que teóricamente traería el socialismo, está cada vez menos presente.

Foto: Flaco García Poveda.
Foto: Flaco García Poveda.

Ya no hay, tampoco, tanta bici por las calles. Siguen usándose para trayectos cortos y más de un habanero recurre a los taxi-bicis para ganarse la vida, paseando turistas por el Malecón, el Vedado, Centro Habana y La Habana Vieja. El transporte público ha mejorado pero, es cierto, a veces se ven turistas pedalear tras un guía en modelos de montaña.

Hubo en otro tiempo un carril bici paralelo al mar en el impresionante paseo marítimo habanero. Pero desapareció y, hoy día, no queda un solo metro de esta vía pedaleante. Así que las bicis ruedan con los almendrones y demás tránsito rodado, tratando de esquivar los grandes baches de casi todas las calles. No hay políticas de movilidad ciclista, ni estrategia ni campañas para fomentar la bici. Todo queda a expensas del valor, la necesidad y la habilidad para esquivar agujeros de cada uno.

Foto: Flaco García Poveda.
Foto: Flaco García Poveda.

Están surgiendo pequeñas empresas mixtas de cubanos y extranjeros que tratan de comercializar el uso de bicicletas para turistas, pero son una minoría. También algunos negocios ofrecen excursiones rurales con bicis con motor, pero todo está en un estado embrionario. Todo vale, eso sí, para recorrer La Habana y su gente lo antes posible, antes de que la invadan los turistas norteamericanos que, cada vez más, llegan en avalancha hasta aquí.