Motivos

Los seis motivos por los que empecé a moverme en bici

Nunca he sido aficionado al ciclismo en ruta, apenas he montado en montaña y, lo reconozco, ni siquiera tuve bici de pequeño. Sin embargo, desde hace varios años, apenas ando: me desplazo de un lado a otro, casi de manera obsesiva, pedaleando. ¿Por qué empecé a moverme en bici?

Por pura practicidad

Antes, mi vida era muy distinta. Trabajaba como periodista cinematográfico y cada día, a distintas horas y en distintos sitios, tenía que ver una película, hacer una entrevista o entrar y salir de un periódico. Divertido, pero una sangría de tiempo y dinero. En bici vi que, gratis y con más fiabilidad (es más fácil que un metro o un autobús se retrasen que pinchar una rueda de bici), era una herramienta perfecta para mi trabajo.

Conciencia

Me deprimía ver lo que estamos haciéndole a este planeta. Era consciente de que no quería contribuir a esa degradación, y pensaba que moverme en transporte público era suficiente. Al probar la bicicleta me di cuenta de que era un paso más: cero ruidos. Cero emisiones. Una contribución, modesta pero real, a no manchar el planeta.

Si tienes que pedalear a la mañana siguiente, te piensas el llenar los pulmones de tabaco y el cuerpo de alcohol

Rebeldía

Nadie de mi entorno la usaba, y varios se rieron de mí. “Te vas a cansar pronto”. “La cambiarás por una moto”. “Yo también lo intenté pero lo dejé a los dos meses”… Casi todo el mundo decidió que mi aventura sería breve. Aunque sólo fuera por llevarles la contraria decidí no bajarme de la bici. No sólo por llevarles la contraria a ellos: también por no tener que renovar permisos de conducir, gestionar papeles y abonos, poder ser y sentirme más libre.

Miedo

La gente habla del peligro de ir en bici, pero me asustaba más transportarme en un gigante de metal y humo y contribuir a colapsar mi ciudad. O dejarme gran parte de mi sueldo en talleres y gasolineras. O no saber cuánto tardaría en llegar de un punto a otro y terminar nervioso y enfurecido ante el mínimo imprevisto. Soy tranquilo pero al volante, muchas veces, me transformaba en alguien impaciente, malhumorado, violento. No me gustaba ese yo, y la bicicleta me ayudó a evitarlo.

Soy tranquilo pero al volante me transformaba en alguien impaciente, violento. No me gustaba, y la bicicleta me ayudó a evitarlo

Salud

Nunca he sido fumador pero consumía tabaco. No era un alcohólico pero me gustaban el vino y el whiskey. Si tenía tiempo, dinero y compañía… ¿Por qué no fumarme media cajetilla y tomarme unas cuantas copas? Con una bici esperando, la cosa cambia: eres el primero en saber que si te pasas tú serás el primer perjudicado. Moverme en bici reguló y disminuyó mis vicios: si tengo que pedalear a la mañana siguiente, me pienso dos veces el llenarme los pulmones de humo y el cuerpo de alcohol. ¡Si hasta como mejor para no cargar con un estómago pesadísimo!

Amor

El último motivo… Pero también el más importante. La verdad: jamás se me ocurrió pedalear en ciudad hasta que mi novia se vino a vivir a mi casa, en el centro, y me pidió que la regalase una bicicleta urbana. Se la compré sin decirle nada y, al volver a casa sobre ella, me paré y me di la vuelta… ¡No me llevo una, sino dos! Bastó con pedalear dos calles, con cruzar el barrio, para saber que era así como quería desplazarme el resto de mi vida. Unos cuantos años después sigo con la misma mujer, tengo dos hijos, varias bicicletas y una revista como Ciclosfera… ¿Se puede ser más feliz?