Ciudades

Vade retro, carril bici

La capital de EE UU, Washington, ha sido escenario de una singular batalla entre movilidad sostenible y religión: una iglesia se queja de que el carril bici va contra la “libertad religiosa”.

La bici es, para muchos, algo parecido a una religión. Pero a buen seguro ningún ciclista entendería que esa pasión por las dos ruedas es incompatible con rendir culto en una iglesia tradicional. O quizá sí.

En Washington DC, la iglesia United House of Prayer remitió una carta al director del Departamento de Transporte del Distrito (DDOT) para manifestar su oposición frontal a los planes de construir un carril bici segregado que pasase por delante del templo. El argumento era curioso: dicha infraestructura “elimina un carril para la circulación de vehículos a motor, así como plazas de aparcamiento frente a la iglesia, lo que supone una clara agresión al ejercicio de la libertad religiosa”.

Según esgrimen los responsables de la iglesia, la futura construcción del carril bici es “totalmente innecesaria, dado que las bicicletas han circulado libremente y con seguridad por la zona durante todos estos años sin necesidad de contar con una infraestructura como esta” y, por tanto, sin tener que atacar “el derecho a la oración”.

“El problema fundamental son las plazas de parking”, explica a Ciclosfera David Clanor, del blog The Wash Cycle, una plataforma que trata de fomentar el ciclismo urbano entre los habitantes de la capital estadounidense. “Los domingos se permite a los coches aparcar en el carril de la derecha, delante de la iglesia, y los responsables de la iglesia consideran que si se construye un carril bici van a perder todo ese espacio. También creen que un carril bici provocará más congestión y que contribuirá a la gentrificación del barrio”, explica Clanor, que califica los argumentos de la iglesia como “indignantes e infundados”.

La polémica tiene precedentes. En 2013, el Ayuntamiento de Washington DC cedió ante las presiones de otra iglesia para que no construyese un carril bici frente a su entrada. Finalmente el carril bici se hizo, pero no segregado, como querían los ciclistas, sino abierto. Eso posibilitaba que en él aparcasen los vehículos en los días destinados al culto, en una decisión salomónica que la iglesia aceptó con agrado. La medida supuso, sin embargo, un duro mazazo para los colectivos ciclistas de la ciudad, que ahora temen que algo así se repita.